C A P Í T U L O 7

SO MINE

CAPÍTULO SIETE


 Nahir


Ocho meses.

Uno pensaría que luego de estar embarazada ocho meses con algunas semanas las cosas con el tiempo se harían más sencillas.

Es decir.

Pase por lo vómitos matutinos perdiendo miserablemente contra ellos y aunque las galletitas de jengibre eran la perfecta solución, muchas veces las ganas me superaban, los antojos eran subliminales pasaban de lo absurdo a lo asqueroso...pero no puedo negar que mi tarta de calabaza con mostaza me harían babear a cualquier hora, y aunque mis pies hinchados más el dolor en mi espalda me mataban tenía el compañero perfecto que no escatimaba en lo que a masajes se refieren.

¡Son lo mejor!

Y si...puede ser que mis hormonas estén agarradas de piernas, brazos, labios y vagina a mi papá, pero venga que no he escuchado ni una sola queja mas que explícitos gemidos, gruñidos y jadeos...

Pero a lo que no puedo ni podré nunca acostumbrarme es a la absurda sobreprotección ¡no puedo!

¡No! ¡Puedo!

Con mi panzota a rematar, mis pies hinchados ante cada paso y no olvidemos este estado agudo de hormonas podremos deducir a un hombre con altos niveles de sobreprotección, grados preocupantes de mimosis aguda y una loca manía a creer que me convertí de un ser con huesos a un ser con pedacitos de cristal.

— ¡Detente justo ahí!

Lo señale a lo que el me miró preocupado con las manos listas para ayudarme ¿saben que es lo más tonto en esto? Solo tengo una suave manta que estoy por acomodar en la cuna de uno de nuestros bebés o bebitas.

¿Absurdo?

No han visto nada.

— Pero Nahir...

— Es una manta, está cosa no va a sorpresivamente obtener vida y atacarme — ni siquiera me digné a mirarlo.

Aunque debería.

— Obvio que no, pero...

Oh por todos los cielos, odio sus peros...ya sabrán por que.

— Imaginemos que en un dado caso esta se te deslice al suelo, algo en lo que obviamente tu no me llamarás para hacer por ti y por lo tanto te inclina a recogerlo y ¡no puede ser! Pierdes el equilibrio cayendo de frente al frio piso, algo que de verdad me preocupa creo que compraré algunas alfombras para todos los cuartos — con una mano en su cadera mira con su ceño fruncido al suelo de perfecta madera — ¿Tus pies están fríos? Ya pensaré en ello, sigamos ¡Caes de frente! El dolor es inmensurable, pierdes a nuestros bebés y mueres.

Suelto un hondo pero largo suspiro.

No se sorprendan.

Al final siempre me mata, por algún raro motivo que parece tener mucha razón para el ¿será una torcida señal?

— ¿Por qué siempre me matas?

Giré para encararlo y conocer su respuesta, su ceño está fruncido.

— ¿De qué hablas?

— Al final de todas tus absurdas escenas siempre termino muerta ¿por qué?

— ¿Absurdas? ¡No son absurdas!

Suena incluso muy incrédulo como dolido ¡nha! Se lo gana por dramático.

— Y no siempre mueres, no moriste al termirar de tender la ropa, o comprar la pizza, o con un chupete...

— Me atragante con el palo.

Truena sus dedos.

— Verdad, algo que totalmente podría pasarte.

Esta vez rodé los ojos, a lo que gire para seguir arreglando la cuna muy a pesar de este dolor en mis hinchados pies y ese hincón que lleva apareciendo y desapareciendo desde ayer en mi abdomen.

En un principio creí que eran contracción ya que segundo mi ginecóloga estas se podrían dar, pero no lo son...o eso creo.

Creo que la llamaré.

—...perfecta, todo ya está arreglado, las habitaciones pintadas con sus respectivos muebles, aunque aún falta traer algunas de mis consolas estoy seguro de que mañana ya están aquí ¿Qué te gustaría comer?

Giré.

Estiré mi mano para así agarrarlo de su camiseta tirando de su cuerpo al mío, soltó un jadeo sorprendido para mirarme con sus ojitos amplios.

Yo recorrí su torso con mis manos sintiendo como este cuerpo se tensaba tras mis caricias, escondí una mueca ante otro hincón mordiendo mi labio.

Mis manos siguieron su recorrido hacia cierta deliciosa protuberancia presionando contra mi abdomen.

— Nahir...

— Papi — susurre haciéndolo gruñir molesto.

— No creo que debamos, la doctora dijo...

Di un buen apretón a su polla haciendo que pierda el hilo de sus pensamientos como su aliento, este cuerpo tenso se apego aún más al mío con sus manos intentando quitar su paquete de mis garras.

Me negué.

— ¿Qué doctora?

— La doctora...esa...esa doctora ¡jo...

Cerró firmemente sus labios mirándome impotente ante lo que mis manos le hacían, sus pupilas estaban dilatadas a más no poder oscureciendo ese dulce color en sus ojos y esa barba suya tan desigual ahora se deslizó contra mí mejilla encendiendo cada pedacito necesitado en mi cuerpo.

Mi cuerpo...

Duele.

Me agarré firmemente a su camiseta mientras un mareo me desequilibraba y mi vagina dolía con mayor ahínco, me queje ante el dolor.

— ¿Nahir? ¿Qué sucede...

Un líquido se deslizó entre mis piernas, sorprendida me aparte de él para ver hacia mis piernas...tocando mi abdomen puedo sentirlo duro.

Pero...pero aun no es tiempo, aun falta.

Solo tengo ocho meses.

— Vamos cariño, los bebés están por nacer.

Estaba en shock, esto no podía estar pasando...no podía, mis bebes solo tienen ocho meses ¡recién cumplidos! Estoy transpirando mientras Edier me lleva hacia el auto, sin importe manchar los asientos me coloca en el lado del copiloto.

Más húmeda escurre de allí, pero esta vez sé que es diferente.

Veo entre mis piernas.

Sangre.

Rápidamente levantó mi vista para ver hacia Edier quién viene corriendo con la mochila de los bebés y la mía, al dejarlas atrás va hacia el lado del conductor, estoy haciendo todo lo que puedo para no enloquecer, para no gritar como loca, toco su brazo.

— Tranquila, tu solo respira...

— Edier, estoy sangrando.

Su balbuceo se detiene para girar y mirar mi rostro en busca de la sangre pero cuando le señalo entre mis piernas y el vislumbra la gran mancha que solo va en aumento, su rostro empalidece tanto como el mío lo hizo hace segundos para encender el auto y manejar como si el diablo en persona estuviera detrás nuestro.

Lo entiendo.

Y esto duele por lo tanto muerdo mi lengua, ahogo mis gritos, por que el ardor más las contracciones y otros dolores que ni sabía podía tener van en aumento.

Lágrimas empaña mis mejillas y soy sacudida por mis solloz, que cuando estamos frente al hospital y el sale corriendo, gritando por ayuda no puedo hacer nada más que temblar y soltar quejidos entre lágrimas.

Intentan sentarme en una silla de ruedas pero la enfermera al ver la sangre urge a un enfermero en traer una camilla.

Luego todo es tan confuso.

Puedo ver y sentir todo pero es diferente, es como si lo estuviese viendo todo a través de otros ojos...no soy yo pero lo soy, y duele aun mas cuando me ponen la epidural intentando así diezmar un poco mi dolor, pero nada se adormece.

Mi papa está a mi lado cuando me llevan a cirugía, llamaron a alguien especializado en lo que tengo ¿tengo algo?

Supongo que si.

Mi abdomen se adormece y una cuchilla me corta el estómago, mi padre sujeta mi mano y limpia mis aun húmedas mejillas susurrando palabras de ánimo y fuerza, quisiera decirle lo increíble que ha sido, lo mucho que aprecio que no se vaya de mi lado.

Lo mucho que lo amo.

Un llanto agudo interrumpe mi neblina, mi vista se aclara y puedo escuchar al doctor decir su género...Edier me mira como yo a él...y cuando nuestro segundo bebé llora tanto como el primero hay lágrimas en nuestros rostros.

Se acerca y me besa la frente y los labios.

— Gracias — su voz está tan llena de emoción y orgullo que quiero reír y decirle que esto es gracias a él.

No importa si fui yo quien empezó todo.

Pero no puedo.

Porque la neblina vuelve y vuelve con una ira ardiente quemando mis entrañas, no puedo moverme, pero puedo ver y quiero gritarles cuando alejan a mi padre de mi quien sin saber que pasa es echado del lugar.

Recuerdo algunas palabras.

— Hemorragia...útero...muy grandes... decidir...morir.

¿Morir?

No quiero morir.

Mis bebes.

Mi papa.

No por favor. 

No.



No hay comentarios:

Publicar un comentario